Un viaje reciente a Sri Lanka, con una parada inesperada en Tailandia, me llevó a pensar más profundamente sobre el impacto positivo de las aventuras que nos desafían.
El primer beneficio es un aumento de la agilidad emocional, o la capacidad de no reaccionar de manera inmediata a las emociones, sino observar las que surgen, recolectar con cuidado información para entender sus posibles causas, y luego decidir intencionalmente cómo manejarlas.
Al pasar tiempo en pueblos, ciudades o países desconocidos, puedes hacerte tolerante e incluso aceptar tu propia incomodidad, así como sentirte más confiado respecto de tu capacidad de superar situaciones ambiguas.
Experimenté este crecimiento durante mis dos semanas en Sri Lanka. De pie en medio de un montón de hombres de baja estatura y más viejos, vestidos con túnicas de los colores del arcoíris y que hablaban cingalés, me sentí más extranjero que nunca.
Sabía que no sería capaz de transitar por las estrechas calles llenas de mototaxis, ciclistas y transeúntes en un auto rentado, y la posibilidad de comprar el transporte, la comida, ropa u obras de arte sin indicación alguna de su precio era sobrecogedora.