Es oficial: nuestro planeta tiene un nuevo océano, el Austral.

El debate entre geógrafos por reconocer al océano Austral (el cuerpo de agua que rodea a la Antártida) se ha alargado durante décadas. No obstante, la mayoría coincidía en que esta región oceánica posee suficientes características distintivas como para ser reconocidas y nombradas por sí mismas.

 

Reconocido por primera vez por la Organización Hidrográfica Internacional (OHI) en 1937, el océano Austral perdió esta designación en 1953, desatando una controversia cuyos ecos resuenan hasta el presente. En 1999, la Junta de Nombres Geográficos de EEUU adoptó el término océano Austral y aunque ha sido reconocido desde hace tiempo por científicos, el consenso internacional para nombrarlo oficialmente como tal no llegó hasta dos décadas después:

A diferencia de los demás océanos, cuya extensión se define a raíz de los continentes que los limitan, el Océano Antártico se mantiene en su sitio gracias a la Corriente Circumpolar Antártica, la que más agua transporta en todo el océano.

Debido a que en las latitudes más bajas la masa continental es menor que en el Ártico, la corriente formada hace 34 millones de años fluye casi libremente de oeste a este alrededor de la Antártida, en una banda fluctuante que se ubica aproximadamente en latitud de 60 grados sur. En este punto el agua es más fría y menos salada que en los océanos colindantes.

 

La corriente alrededor del Ártico también resguarda ecosistemas marinos únicos como el archipiélago de Georgia del Sur, el territorio de vida salvaje más poblado en esta región del mundo, cuyos efectos ecológicos no se limitan a la diversidad de pingüinos, elefantes y lobos marinos, también a las aves marinas y ballenas jorobadas que migran al norte con la llegada del invierno.