Con saldo blanco, termina edición 182 del Viacrucis de Iztapalapa

Ciudad de México. Con saldo blanco confirmado por las autoridades capitalinas, la edición 182 del Viacrucis de Iztapalapa transcurrió entre la devoción multitudinaria y una logística de seguridad impecable.

La caída de Cristo en la cruz, al pie del Cerro de la Estrella, estremeció a quienes la presenciaron en silencio, mientras decenas de drones zumbaban en el cielo como testigos modernos de un ritual ancestral.

Un millón 400 mil personas participaron en esta Jerusalén del siglo XXI, donde el fervor convivió con la tecnología.

Bajo un sol intenso que rebasó los 28 grados centígrados, miles de visitantes observaron cada escena en tiempo real, compartida desde todos los ángulos posibles.

La vigilancia fue encabezada por más de tres mil 350 elementos de seguridad pública, acompañados de brigadas médicas y servicios de emergencia que atendieron a más de 600 personas por malestares menores. El único incidente relevante fue la caída de un caballo durante el recorrido, sin consecuencias mayores.

La tensión de los comunicadores se mezclaba con la del público. Los drones sobrevolaban nerviosos, buscando la imagen que captara la esencia del momento. Entre ellos, los periodistas sorteaban no sólo la cobertura sino la posibilidad de perder el equipo en medio de la multitud. “Si se caen, ya ni qué cubrir”, bromeó uno, mientras conectaba su transmisión.

Iztapalapa ofrecía una liturgia conectada al WiFi, donde las señales de fe y las de internet iban de la mano.

Pese a los desafíos de calor, logística y concentración masiva, la representación se mantuvo en calma. Paramédicos y voluntarios recorrieron las calles sin descanso, atendiendo ampollas, deshidratación y golpes de calor.

Las llagas más comunes fueron las de los actores, quienes caminaron descalzos bajo el asfalto ardiente. Pero nada detuvo el curso del acto cultural, que sumó a más de 3 mil nazarenos, 136 actores con parlamento, 250 extras y 170 músicos. Una ciudad entera puesta en escena, sin que el caos superara al orden.

Las calles de la alcaldía volvieron poco a poco a su ritmo habitual, entre restos de incienso y huellas de sandalias polvorientas.

En los puestos, la comida se acababa y los comerciantes guardaban sus imágenes de yeso.

Pero en el aire persistía la vibración de algo más profundo: un ritual colectivo que se repite cada año y que, esta vez, dejó como herencia no sólo una emoción compartida, sino la satisfacción de haber vivido una celebración masiva sin violencia, sin tragedia, con el respeto intacto.